Bienvenido a Collagium. Un espacio donde se muestran de forma desordenada pequeños instantes congelados de una vida, pensamientos, reflexiones, proyectos... Todo lo que un día tras otro me interesa y conforma pedazo a pedazo mi existencia.


jueves, 7 de enero de 2010

Torrelaguna



Marco no llegaba. Habíamos quedado a las 9:30, en la misma gasolinera en que me había encontrado con el grueso de los Pachones hace como un mes, para ir a comer setas. El tiempo pintaba estupendo, algo más fresco que unos días atrás pero sin una sola nube en el cielo. Era un precioso día de finales de noviembre. Llené el depósito hasta los topes y aparqué en un rincón al sol. Daba un gusto inmenso dejarse bañar por los últimos rayos de sol de otoño mientras se suelta al pensamiento a volar por cielos apenas bosquejados.

Estaba tan a gusto que me debí quedar ligeramente transpuesto. El sonido del teléfono me sacó de mis ensoñaciones. ¡Marco se había dormido y se acababa de despertar! -Perdona tío, he pasado muy mala noche- se disculpa. ¡No pasa nada! ¡Es domingo a las diez menos cinco de la mañana, todavía queda todo el día por delante para derrocharlo!

Hacemos un rápido cambio de planes. En vez de subir a Rascafría y luego a Navacerrada y a la Cruz Verde, nos vamos al Pantano del Atazar que queda más cerca de casa de Marco. Esto le da tiempo para prepararse mientras yo llego hasta allí por la M-100.

Salgo de la gasolinera y vuelvo sobre mis pasos hasta el desvío a El Goloso. Tomo el tedioso desvío que atraviesa Alcobendas y San Sebastián de los Reyes por el centro. Está lleno de semáforos, rotondas, e incomodísimos “guardias tumbaos” pero ¡cualquier cosa por evitar unos pocos kilómetros de autopista!

Una vez que he dejado atrás San Sebastián de los Reyes y he pasado bajo la A-1,  continúo por la M-100. Es una carretera del tipo nacional, ancha y bien asfaltada. No tiene muchas curvas y las que me voy encontrando son amplias y rápidas. Ruedo por una gran extensión de terreno suavemente aderezado de pequeñas colinas. A ambos lados se extiende una cuadrícula interminable de campos, como si fuese un patchwork gigante, que alternan el color ocre y el verde brillante. La luz blanca del sol de noviembre brilla sobre el paisaje tranquilo. Hace un día estupendo de final de otoño: fresco, seco y soleado. Por medio de la colcha natural se dibuja el negro trazo, rápido y ondulado, de un pintor loco: el asfalto. Sobre él Julieta Valiente, mi Deauvi, rueda alegre, penetrando en el aire fresco y calmo de la mañana como un cuchillo caliente en mantequilla. Antes de darme cuenta estoy llegando a Alcalá.

 Pronto encuentro la gasolinera donde hemos quedado. Apenas me ha dado tiempo a bajar de la moto cuando Marco aparca a mi lado dándome un susto de muerte. Me estaba esperando en la rotonda por la que acabo de pasar, pero como estoy “atocinao” ni le he visto ni me he dado cuenta de que me seguía.

La moto de mi compañero es una de las Deauvilles más customizadas que he visto. Lo que primero salta a la vista son las dos enormes antenas que lleva a la izquierda del soporte del baúl: una para escuchar la radio; y la otra es el comienzo de la instalación de una emisora. –Desde pequeño me han encantado las motos con antenas- me confiesa más adelante. En la parte delantera sorprende el limpiaparabrisas marino de la cúpula. Como es más alta que la del resto de las Deauvilles y ve a través de ella, necesita apartar el agua cuando llueve. También destacan las barras portaequipaje sobre cada una de las maletas, todo está orientado a aumentar la comodidad en grandes viajes.

Entramos en la cafetería de al lado de la gasolinera a tomar un café y enlazar nuestros intercomunicadores. Es la primera vez que lo hacemos. Instrucciones en mano seguimos el complicadísimo procedimiento (estos chismes tienen demasiadas funciones y sólo cuatro botones) Tras varios intentos fallidos logramos que nuestros intercomunicadores se entiendan y sean amiguitos. Veremos qué tal funcionan en carretera… Tranquilamente ultimamos los detalles de la ruta, terminamos las cafés y salimos a coger las motos.

Estamos en territorio de Marco y él conoce bien la zona. A través del intercomunicador me va cantando todos los peligros de la carretera. Me avisa de los “guardias tumbaos “ y hablamos de lo divino y lo humano. ¡Qué bien funcionan los intercomunicadores! Subimos desde Alcalá pasando por Camarma de Esteruelas (siempre supe que terminaría pasando por este pueblo) y Ribadejar en dirección a la N-320 que nos llevará a Torrelaguna. La carretera es mala y peligrosa. Está jalonada de casitas construidas prácticamente al borde de la carretera, con el peligro que esto supone, tanto para los vehículos como para los que viven en ellas. Además está sembrada de rotondas en las que han colocado un “guardia tumbao” a la entrada. Deben de hacerlo por si te descuidas o si por la noche no ves la rotonda con la suficiente antelación no tengas la oportunidad de frenar a la entrada de la rotonda y pagues tu descuido contra el jardincillo central. -¡Así prestas más atención para la próxima!- Como de pequeño me decía mi madre cuando me caía con la bici.

En la intersección con la N-320 giramos a la izquierda. El paisaje comienza a cambiar paulatinamente. Los campos son cada vez menos amplios y las colinas se apretujan a medida que nos acercamos a Torrelaguna. Los árboles de hoja perenne van reemplazando a los cultivos y se acumulan aquí y allí formando pequeños bosquecillos. Comienzan a aparecer las primeras curvas, primero rápidas y luego se van cerrando. Un par de tramos de curvas cerradas nos adelantan lo que nos espera más adelante.

No nos detenemos en Torrelaguna. La mañana está bastante avanzada y hay grupos de moteros que se arremolinan alrededor de sus monturas, en su mayoría BMW y a la puerta de los tres o cuatro bares de la plaza del pueblo. A la salida de Torrelaguna adelanto a Marco para guiar en las curvas en la subida al Pantano del Atazar. Queremos perfeccionar el método de pilotaje que ambos llevamos un tiempo practicando: “El Método de Conducción Policial, conducción proadaptativa.

La vegetación de monte bajo ha desplazado definitivamente a los árboles y el olor a jara y retama impregna el aire frío y transparente. Pero yo ya no tengo ojos ni oídos para el paisaje: la vista fija en el punto de fuga y de reojo atento al estado de la carretera y a cualquier mancha de grasa o tierra en el asfalto para cantarlo a Marco por si no se da cuenta. Comienzan las curvas. ¡Deprisa! Izquierda, derecha y otra vez izquierda. Bailo acompasadamente al ritmo que marca la carretera y mi Julieta me acompaña a la perfección. ¡Más deprisa! En un par de curvas de derecha entro un poco fuerte y rozo el estribo. La adrenalina se me sale por los lagrimales. Segunda, tercera, segunda de nuevo. Al final de una curva a izquierdas de segunda abro acelerador a fondo. Noto como el chasis se retuerce bajo el par del motor. Seis mil vueltas, cinco mil, seis mil otra vez. Un autobús nos parte el ritmo. Me siento seguro encima de la moto, todavía se puede tumbar más, el límite aun está lejos.

Nos las arreglamos para adelantar al autobús en un tramo recto y con buena visibilidad. El tío iba ocupando el centro de la carretera, que es bastante estrecha y no se ha apartado ni un milímetro al ver que adelantábamos.

¡Retomamos el baile! Curva a la izquierda, curva a la derecha… Hay tramos de umbría donde el asfalto está mojado y tenemos que bajar el ritmo, pero no perdemos el compás. A la entrada de una curva a izquierdas la carretera está manchada con arena arrastrada desde un camino adyacente ¡Cuidado!

Coronamos el puerto demasiado pronto y aparcamos en el mirador de El Atazar. El premio es una maravillosa vista sobre el pantano: azul arriba y abajo, cielo y agua y en medio, pinceladas de ocre y verde que calman el corazón, desbocado por subida zigzagueante. ¡Ha merecido la pena el madrugón y además Marco me ha grabado en video subiendo! ¡Estoy deseando verlo!

Decidimos comenzar el retorno. Vamos a seguir hasta el pueblo de El Atazar para tomar una cerveza, sin alcohol por supuesto. Ya repuestos del esfuerzo y más tranquilo volvemos a Torrelaguna y nos despedimos a través de los intercomunicadores. Marco vuelve a Alcalá y yo voy a cruzar la A-1 para coger la carretera de Colmenar y volver a Madrid después de una fantástica mañana de moto.

MrFloyd

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