Julieta me está llamando desde el garaje. Su voz profunda, esa voz que atraviesa los espacios vacíos y los muros que los separan y que en realidad surge desde lo más profundo de la repugnancia del alma, me dice: ven, vámonos a disfrutar del sol que ya calienta los huesos y del aire que todavía está fresco y de los paisajes, esos que se esconden más allá de la próxima curva, más allá de la siguiente loma, cada vez más exóticos cuanto más te acercas al horizonte. Vámonos a fundirnos con el asfalto, la tierra, el paisaje, y el viento en un negro remolino de plata, para ser como un suspiro que cuando se ha exhalado ya no es más que un recuerdo vago y sin sentido.
Un gusanillo con ojos pillos me mordisquea el alma tiernamente. Pero mi alma está prisionera, le atan unas cadenas de oro y platino y otras de cuero y tachuelas, nada tan resistente que no se pueda romper si se da un tirón decidido pero los mordiscos del gusano son juguetones y no son suficiente acicate. ¿Si el gusano muda de humor un día y muerde con saña, estará mi alma decidida a la batalla y a la huida? ¿O se quedará acomodada viendo como se pierde, pedazo a pedazo y lamentándose de las flojas cadenas que le atan? Mientras tanto todo es sueño.
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